sábado, 13 de enero de 2018

Un caserón en ruinas y un palomar


Camilo José Cela no pasó por aquí cuando escribió su Viaje a la Alcarria, seguramente, porque no le dio la gana. Sin embargo, si incluyó en su libro un comentario sobre la fama que tenían los asnos de este pueblo. El refrán, muy conocido en otros tiempos, dice así: “Mujer de Fraguas y burro de Hita, ¡quita!...¡quita!” ¿Sería la fama merecida o injusta? Cuarenta años después, Cela decidió hacernos una visita. Acababa de escribir su Nuevo viaje a la Alcarria, tras recorrer la comarca durante el verano de 1985, montado en un Rolls Royce y con una choferesa negra. ¡Cosas de don Camilo! Sus excentricidades siempre estaban muy bien calculadas.

Confirma la visita al pueblo, Francisco García Marquina, poeta y biógrafo de Cela, en La vuelta de don Camilo, un artículo publicado en El País. El escritor gallego buscaba aposento en la Alcarria. Como tenía en gran estima al Arcipreste de Hita, poeta medieval al que atribuía la virtud del inconformismo, pasó a echar un vistazo a su antigua casa. Vio un patio invadido por la maleza; unos muros llenos de oscuras y vacías oquedades; un tejado deforme que mostraba sus huesos de madera. Se marchó decepcionado al contemplar aquel caserón abandonado, dejado de la mano de los hombres.

Cela siguió con su búsqueda y acabó alquilando un chalé en El Clavín, una urbanización al lado de la ciudad de Guadalajara. Al poco tiempo de estrenar domicilio, en 1989, recibió el Premio Nobel de Literatura. Estaba, por entonces, escribiendo una serie de artículos bajo el título: Desde el palomar de Hita. En su paseo por la villa del Arcipreste, había visto unas criaturas nerviosas que levantaban el vuelo desde el campanario hasta la empinada ladera del Cerro. Aquel monte era un palomar, un santuario para las aves mensajeras de la paz y de la guerra. Desde su cima, al igual que las palomas, observó en soledad al ser humano, caminando en un mundo lleno de ambiciones y frustraciones, protagonista de una tragicomedia en sesión continua.

Fuera del mundo literario, la torre de la iglesia de San Juan es el verdadero palomar de Hita. Un palomar de recios sillares de piedra caliza. Por aquellos años, había tantas palomas que la escalera de la torre se había transformado en una rampa. Kilos y kilos de excrementos cubrían los escalones. Durante la procesión de la Virgen de la Cuesta, los chavales aprovechaban para colarse en la torre, acompañando al monaguillo. Subían hasta el campanario esquivando los nidos de los pichones, plantados por todas partes. Siempre, algún pájaro acababa pisoteado. Arriba, mientras el monaguillo tocaba el badajo de la campana de bronce, los chavales se fumaban tranquilamente un cigarro a escondidas de sus padres. Antes de que sonara la campana, las palomas habían huido asustadas por las explosiones de los cohetes que lanzaba el alguacil, caminando siempre a la cabeza de la procesión.