Camilo
José Cela no pasó por aquí cuando escribió su Viaje
a la Alcarria, seguramente, porque no le dio la gana. Sin embargo, si incluyó en su libro un
comentario sobre la fama que tenían los asnos de este pueblo. El
refrán, muy conocido en otros tiempos, dice así: “Mujer de
Fraguas y burro de Hita, ¡quita!...¡quita!” ¿Sería la fama
merecida o injusta? Cuarenta años después, Cela decidió
hacernos una visita. Acababa de escribir su Nuevo
viaje a la Alcarria,
tras recorrer la comarca durante el verano de 1985, montado en un
Rolls Royce
y con una choferesa negra. ¡Cosas de don Camilo! Sus excentricidades
siempre estaban muy bien calculadas.
Confirma
la visita al pueblo, Francisco García Marquina, poeta y biógrafo de
Cela, en La
vuelta de don Camilo,
un artículo publicado en El
País. El
escritor gallego buscaba aposento en la Alcarria. Como tenía en gran
estima al Arcipreste de Hita, poeta medieval al que atribuía la
virtud del inconformismo, pasó a echar un vistazo a su antigua casa.
Vio un patio invadido por la maleza; unos muros llenos de oscuras y
vacías oquedades; un tejado deforme que mostraba sus huesos de
madera. Se marchó decepcionado al contemplar aquel caserón
abandonado, dejado de la mano de los hombres.
Cela
siguió con su búsqueda y acabó alquilando un chalé en El Clavín,
una urbanización al lado de la ciudad de Guadalajara. Al poco tiempo
de estrenar domicilio, en 1989, recibió el Premio Nobel de
Literatura. Estaba, por entonces, escribiendo una serie de artículos
bajo el título: Desde
el palomar de Hita.
En su paseo por la villa del Arcipreste, había visto unas criaturas
nerviosas que levantaban el vuelo desde el campanario hasta la
empinada ladera del Cerro. Aquel monte era un palomar, un santuario
para las aves mensajeras de la paz y de la guerra. Desde su cima, al
igual que las palomas, observó en soledad al ser humano, caminando
en un mundo lleno de ambiciones y frustraciones, protagonista de una
tragicomedia en sesión continua.
Fuera
del mundo literario, la torre de la iglesia de San Juan es el
verdadero palomar de Hita. Un palomar de recios sillares de piedra
caliza. Por aquellos años, había tantas palomas que la escalera de
la torre se había transformado en una rampa. Kilos y kilos de
excrementos cubrían los escalones. Durante la procesión de la
Virgen de la Cuesta, los chavales aprovechaban para colarse en la
torre, acompañando al monaguillo. Subían hasta el campanario
esquivando los nidos de los pichones, plantados por todas partes.
Siempre, algún pájaro acababa pisoteado. Arriba, mientras el
monaguillo tocaba el badajo de la campana de bronce, los chavales se
fumaban tranquilamente un cigarro a escondidas de sus padres. Antes de que sonara la campana, las
palomas habían huido asustadas por las explosiones de los cohetes
que lanzaba el alguacil, caminando siempre a la cabeza de la
procesión.
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